miércoles, 28 de julio de 2010

Lágrimas de papel

"Un sabor eterno se nos ha prometido, y el alma lo recuerda." Leopoldo Marechal.



Letras derramadas
sobre la cobertura del tiempo,
mientras nuestro espacio
sea eterno.

Cultivando cristales
en el aire, inmersos
en redundantes historias
de amores extraviados.

Nuestras lágrimas de papel
volaran con el viento,
estrellándose en la noche
el perro busca su refugio.

Nadando una vez más
en recuerdos arco-iris,
buscando esencia
llega el ocaso
converso proscrito
en memorias de antaño.

Viaja hacia el día
aquella gota de rocío
que supo lavar
el tormento de tus ojos.

Arderemos en el universo
aullando como lobos
en busca del amor arrebatado,
mientras el destino
golpeando nuestras caras,
gatilla una vez más...




Teodoro Duarte.



lunes, 19 de julio de 2010

Colores grises en primavera

"La dificultad de cometer suicidio está en esto: es un acto de ambición que se puede cometer sólo cuando se haya superado toda ambición." Cesare Pavese.




Recapitulaba una y otra vez nuestra historia de amor mientras tomaba ese té negro –amargo y frío-, mientras escribía frente a una computadora que le hacía compañía en una noche tan llena de espectros.
Las letras caían sobre las hojas como lágrimas sobre el piso, pero no notaba cuanta tristeza irradia desde aquella silla de cuero marrón, siente que cada vez está más sumergido en el bajo vientre de un mundo tirano. Donde pertenece.
Escribe porque es lo único que lo ayuda a ser libre, eliminar las jaquecas diarias que le da tener que trabajar todos los días por un sueldo miserable pero que le ayuda a sustentar sus gastos mensuales, anules o lo que fueran. Está cansado de malgastar su tiempo en aficionados a la vida, con ansias de crecer y tener una casa, una familia, un perro que se llame “Negro” y un auto último modelo que los haga ver como unas personas importantes que se codean con la más alta camada de pobres diablos que viven en la parte más acaudalada de la ciudad. Él cree que lo mejor de uno puede explotarse por medio del entendimiento de los sentimientos, sabe que lo maravilloso del ser humano es que puede saber que es lo que pasa en su interior con un poco de cuidado y atención. Muchas veces jugo con la muerte por no saber como interpretar la desdicha que lo aqueja desde el momento crucial de su vida donde ella cerró la puerta sin tocarla. Siempre quiso marcharse a otro lugar, otro país y probar suerte en una tierra diferente donde nadie lo conozca y él sea una alimaña más, de las que se encuentran en las carreteras cuando uno busca el desierto. Nunca pudo realizarlo por falta de valor, y esperando que ella regresará.
Todas las mañanas se levantaba y miraba el correo buscando noticias de ella, nada le era entregado, a excepción de las cuentas que debería pagar, y luego de esta rutina se arrodillaba en el pasto húmedo y dejaba caer las primeras lágrimas del día. La cara le brillaba por las gotas que le corrían por sus mejillas. Sentía pena de él mismo y todas las mañanas repetía: “Jamás volveré a caer en esa estúpida trampa. No es fácil poder mantenerme y no puedo estar lidiando con un fantasma que me visita todas las mañanas y marchándose durante la noche. Pero esto se acaba acá, agarraré mis maletas y me marcharé de este pueblo de mala muerte a un lugar donde nadie pueda conocerme ni encontrarme”. Como era de esperarse, jamás lo hizo y volvía a pronunciar exactamente las mismas palabras cada vez que el sol ponía su rostro frente a la casa. Los vecinos chismosos veían a esto como el acto de un loco que tarde o temprano actuaría en contra de sus vidas, y por este motivo más de una vez fue denunciado y llevado a la comisaria, soltándolo de inmediato cuando se comprobaba que solamente era un desafortunado que solo buscaba algo de paz en su vida. Pasaron varios años donde todos los días pasaba lo mismo.
Las tardes, también rutinarias, parecían otra cosa. Después de un almuerzo cargado de carne y papas –parte de su dieta habitual dependía de esto-, se marchaba hacia las oficinas donde iba a pasar ocho horas cobrando dinero y despachando a la gente sin borrar la amargura de su cara. Muchos allí lo tildaban de extraño y nadie se le acercaba a menos que sea una ocasión de extremada urgencia. La gran mayoría de los empleados desconocían su nombre y lo llamaban con tumbos en su espalda, a los que él respondía con una mueca austera de su boca y un movimiento descontracturado de su cabeza dando aires de grandeza por demás y dejando una estela de su perfume en el viento, ninguno pudo alguna vez decirle algo que a él lo saque de su transe diario. Nada lo atormentaba, nada lo fastidiaba, a estas alturas había perdido los pocos amigos que cosecho desde que era pequeño, su mal aspecto llevó a que más de una vez lo confundan con un errante del asfalto y sea llevado hacía un refugio –esto no quiere decir que se vista mal o en harapos, sino que por su andar pesado y su cabeza a gachas marcaba un fuerte aspecto sobre aquellos que lo observaban-; no podía ver más allá de sus ojos, estaba quedando ciego y ya no le importaba, todo para él estaba perdido. No tenía sentido que siga adelante, iba a suicidarse arrojándose al agua de los mares. Tomaría el primer micro que salga hacia Mar del Plata –lo sustentaba gracias a que fue ahorrando durante días con el propósito de retirarse-, y se introduciría al mar con la esperanza de poder morir lejos de todos.
El 12 de julio arribó en un micro de una empresa mediocre con destino a Mar del Plata, el ómnibus estaba abarrotado de un contingente de niños que deseaban conocer el mar. A él le tocó el asiento treinta y dos, junto a un niño moreno –apestado de rulos, con los ojos marrones y saltones, una sonrisa con dientes menos y con los brazos flacos por la desnutrición-.
Sentándose le dice al niño -¿Cómo te llamas muchacho? ¿Hace cuánto que no pruebas bocado? -no dejaba de mirarlo fijamente a los ojos, sentía mucha angustia en su interior por lo que estaba viviendo.
Me llamo Pablo –contestó en niño con voz aguda y escondiendo sus manos bajo la ropa, mirando por la ventana y con los ojos llenos de lágrimas –Han pasado varias horas de que no como nada, creo que ya son doce en el reloj.
¿Quién es tu responsable? ¡No puede ser que haya pasado mucho tiempo sin que tu estomago sienta lo que es el gusto de estar saciado! Muéstramelo con el dedo, yo iré por él y le daré una lección- Exclamaba totalmente indignado y con la cara hirviendo en un rojo escarlata- ¡Vamos muéstrame quien es ese hijo de puta para que pueda patearle el culo!-
Él no está aquí –respondió el niño con los ojos llenos de lágrimas- Ya nadie está donde nosotros lo queremos. Ha huido dejándonos a todos a la buena de Dios. Por eso estamos yendo hacia Mar del Plata. Vamos con el fin de encontrar respaldo dentro de una casa hogar donde nos han indicado. Ahora estamos a cargo de nosotros, por favor comprende nuestra situación – Volviéndose hacia la ventana y dejando caer las lágrimas sobre el tapizado morado que cubre los asientos.
No te preocupes niño, yo no te delataré. No podría hacerlo –respondió condescendientemente, reclinando la cabecera para mirar hacia el techo –Yo estoy pasando por un mal momento, así que no creo poder ayudarlos. Te confesaré un secreto, siento que mi vida no tiene más relevancia, que no tengo motivo alguno para seguir de pie, que las horas me pasan en el reloj y me saben a la misma mierda. Por eso he decidido matarme, porque mi vida carece de significado –en ese momento un silencio partió de él rompiendo todas las lágrimas que caían de Pablo.
No puede ser, algo tiene que haber que te llame la atención. Algo tiene que ocurrir por tu vida para que cambies de parecer. Solo tiene que buscar el camino –replicaba el moreno fervorosamente- Tú tienes que vivir, todos tenemos que vivir. Para eso estamos aquí –Tomando una posición mucho más cautelosa arroja las ultimas palabras que dirá en todo el viaje- Ninguna existencia puede tomarse como errónea si tomamos al universo como vinculo. Y yo creo que por algo hoy estas hablando conmigo.
Agobiado por tanta información y sabiduría desprendida de ese niño, sale corriendo hacia la puerta principal, creyendo en la monstruosidad que habita en el pasajero que lo acompañaba. Le grita al chofer que pare el autobús de inmediato –olvidando todas sus escasas pertenencias en un bolso de viaje que deja en el móvil-, corre ferozmente por la ruta hasta que para su fortuna lo embiste un camión que volvía hacia Buenos Aires…


Teodoro Duarte