domingo, 20 de febrero de 2011

Alaridos

La puerta golpeó
con fuerza detrás nuestro
y no era significante.

La llevo con fuerza
hacia la pared,
como a empujones.
Ella impela, sin resistirse,
intenta desgarrar mi ropa
mientras me besa y camina
hacia atrás, hasta arrinconarnos.

Nos besamos apasionadamente,
con una intensidad salvaje,
mientras nuestras manos
nos recorren, examinantes.

Siento el fulgor dentro de mi,
y el calor que emana de sus poros.
Introduzco mi mano, lentamente,
rozando interiormente
con sus vellos púbicos, y exteriormente
con la costura de su jeans.

Aleja su cara de la mía,
arrastrando con ella mi labio inferior,
aquél que se mueve para besarla sin parar,
lo estira hasta que acerco mi rostro.

Mi palma sobre su pelvis,
apretada por la costura de su pantalón.

Mi dedo cordial roza
sus labios superiores, suavemente,
a destiempo con el movimiento
del resto de mi cuerpo.
Su respiración es más agitada,
va en crecimiento,
como queriendo expulsar el fervor
de su interior. Jadea,
babea
y gime.

Su cuerpo se pone tenso,
en un movimiento brusco arranca
la remera de mi tronco
sin quitar esos ojos lujuriosos
de mi campo de visión.

Nos desnudamos instintivamente,
como si un acto natural y milenario
se haya apoderado de nuestras vidas.

Su cuerpo, y el mío, están impulsados
por nuestras palpitaciones, imantados,
como dependiendo de todo aquello
para subsistir.

Con un movimiento dinámico,
similar al de un rayo, seguro de si,
poso mi mano derecha sobre su nuca
y la mano izquierda sobre su culo blanco
como el alba. Un salto demuestra
su grado de excitación, fue sorprendida.

Aprieto su cuerpo contra el mío
y la levanto centímetros.

Nuestros cuerpos arden,
transforman el ambiente.

Nuestras miradas lucen seguras,
sabemos que es todo esto,
no existe nada que nos atormente.

Muevo
gentilmente
mi
pelvis,
en
dirección
a la suya.

La penetro y siento
el paraíso en mi
por un instante.
Vuelvo a ser hombre.

Cogemos con total naturalidad,
la veo gemir, y me excito más, y más...
...Ella ve lo mismo en mí.

Estamos convertidos en sudor,
y risas,
llenos de deseo y ambición.

Mis ojos se tornan nublados,
ella no deja de mirarme, y yo no bajo mi mirada.
Las sensaciones se apoderan de mí,
me tiemblan las piernas, quizás se duerman,
siento el poder de mi erección
en el final de mi glande.
Ella se convulsiona, los gemidos se vuelven
más rápidos y cortos,
nos miramos fijamente y sonreímos.

Sentimos como nuestros cuerpos reciben
(en el mismo momento, sin diferencia alguna)
la descarga eléctrica del orgasmo.

No dejo de besar su cuello mientras me relajo.
Ella acaricia mi espalda con la suavidad necesaria.

Nos agradecemos mutuamente...

Teodoro Duarte

martes, 15 de febrero de 2011

Sueño egoísta

No es momento para lágrimas
era lo único que pensaba
al verlos agonizar por el hambre.

Miré para otro lado
buscando huir de este horror
y lo único que percibo
es un desierto de cadáveres.

Una ruptura en la pared,
un posible escape,
un hilo de luz en el túnel ciego.

Las paredes eran gigantescas,
uno no podía ver su fin desde abajo.
Su gris,
y el moho -al principio de ellas, contra el piso-
nos mantenían mareados y distantes.

Desde hace días que estoy acá,
el sol lo determina así,
vomito sin cesar por la pestilencia
que emanan los muertos.

Todavía tengo energías,
en el piso hay partes
de hierros entre los huesos,
voy a tomar uno de ellos
y crear mi salida.

Mientras camino,
y tropiezo,
siento manos aferrándose
a mis piernas.
Gemidos de dolor, quejas
eternas.

Sigo
caminando
en dirección
a mi fuga,
entusiasmado,
sudando
por
la
euforia...

¡ALGO QUEMÓ MI PIERNA DERECHA!

Una bala,
desde lo alto de una torre,
perforó mi peroné y me hizo caer
con la pierna destrozada.

La sangre se va a chorros
y se sumerge en el moho
del piso y las paredes.

Estoy perdiendo fuerzas.
Soy el próximo en morir.
Siento como me sumerjo de a poco.

Me desmayo.

Mi escape se va,
drenado con mi sangre.

No hay nada que me saque
de acá, estoy atrapado
hasta que muera
después de
una larga espera.

Una mano me despierta,
mi cuerpo está muy frío.

Mi fe -hace años perdida-
no me alcanza para
las últimas suplicas.
Ellos van a comer mi carne,
están hambrientos
y hoy seré más
que una persona egoísta...


Teodoro Duarte

martes, 8 de febrero de 2011

Cicatrizar


Una bala certera
según dijeron,
yo no estoy seguro.

Jamás estoy seguro de algo.

Hace días que veo
esa cara en mis pesadillas.

Sus ojos hinchados,
una sonrisa de labial,
el rumor rojo en sus mejillas.

¿Por qué lees si no te gusta?
¿Qué te lleva a querer recaer en mi?

Todas las mañanas me despierta
el mismo grito desgarrado.
El sudor corriendo por mi cara,
la almohada mojada,
las sabanas volcadas sobre el suelo.

¿Cuántos gritos vas a dar antes de escuchar?
¿Qué es lo que te lleva a odiarme?

Durante el día,
después de mi primera ducha,
huelo la pesadez del silencio
que la inundaba.
(Vuelve una y otra vez)
Y la busco sin cesar, a empujones.

¿Para qué querés que te compare?
¿Por qué te vas? ¿Qué dije?

Por la tarde
su imagen va desapareciendo,
dejándose aludir por la muerte del sol
dando lugar al vacío de sus pasos.
Uno tras otro,
voy escuchando como los dio,
cuando recorría por última vez ese callejón
conmigo detrás,
mirándome fijamente.

¿Tenés miedo? ¿Por qué me mirás así?
¿Alguna vez te hice daño?

En la noche siempre cuento
la misma historia que me hace sentirla viva,
corriendo delante mio (como la última vez)
gritando, resbalando, entrando en la niebla.

Todavía puedo sentir
el cuchillo atravesando su pecho,
sus uñas sobre mi piel rasgando,
sus lágrimas chocando contra mis brazos...

Las marcas que me dejó
y no puedo cicatrizar...


Teodoro Duarte