miércoles, 7 de agosto de 2013

La sombra y el laberinto



Un grito sórdido atravesó la noche y nos dimos cuenta que no eramos bienvenidos en el hospedaje. Hace días que no pagamos un mísero centavo y es hora de que nuestras camas sean ocupadas por gente que quiera descansar. Las tres de la mañana marca el reloj y aún estamos con poca ropa, la noche oscura repliega sus alas delante a nosotros. Salimos sin más que lo que traemos encima, lo otro es parte del pasado cuando a uno lo apuntan con una escopeta.
Pájaros nocturnos emiten sonidos desgarradores mientras caminamos por las calles abarrotadas de gris y rocío. En otro momento de nuestras vidas, el miedo nos hubiese consumido. Hoy nos siento fuertes y asociados; yo soy más bien un aventurero y ella una kamikaze. Lo que más me molesta es no poder dar todo de mí para subsanar el mal que existe en nuestro interior, las razones humanas son tan intrínsecas: Uno mataría por encontrar el amor sin saber que el amor reside en lo efímero de ese uno.
Quisiera al fin escapar de esta humanidad que me asecha y refugiarme en un no sociedad mientras los demás se siguen comiendo a mordiscos. Yo estaré muriendo de hambre entre la paz del silencio, en lo rotundo de la vida, en la pobreza material y la riqueza espiritual, ahí donde mi único hogar sea el regazo de mi dulce compañera. Año tras año, configurado de guerra vive el hombre, sosegado de parámetros inconexos que perjudican hasta el ser más irrelevante de la sociedad. Me tiene harto este pensar y quizás muera sin poder dilucidar ese cambio que espero como muchos otros más.
En mi bolsillo tengo diez pesos -y es lo único que nos queda para sobrevivir hasta que podamos conseguir algún otro trabajo- y el hambre castiga bastante fuerte lo últimos días, creo que fueron cinco los que nos vienen pegando. Llegamos al fin del camino, frente a nosotros un cartel señala "Estancia La Humana" y creemos -a pesar del nombre tan simpático- que ahí podremos encontrar refugio, comida y hasta el trabajo que estamos necesitando para solventar nuestro viaje. Me adelanto y golpeo la puerta enorme que se interpone ante nuestros ojos y nuestros deseos. Se abre la puerta tironeada por un tipo alto, calvo y con un bigote bastante chistoso. Una galería se abre paso a mi visión, luego de un incómodo saludo en el cual descubrí que el tipejo se llama Octavio- y la invitación a pasar- doy los primeros pasos en el inmenso recinto, un jardín superpoblado de plantas da saltos alrededor del camino opaco que nos lleva hasta la recepción.
Camino tembloroso y con incertidumbre, mirando las madreselvas trepar en los muros que marcan el perímetro a metros después de terminar el matorral. Nos recibe Ethel -un anciana bajita, con lentes, alguna que otra cana asoma en su pelo rojizo mal teñido y un vestido azul con flores blancas- con un gesto casi titiritesco nos saluda y promulga algunas palabras que intentan ser más cordiales de lo que suenan. Luego de serenarnos, pido por comida y albergue a cambio de trabajo; más adelante pediré que haya alguna recompensa monetaria. Después de dudar por varios minutos, las preguntas pertinentes y observarnos hasta la suciedad debajo de las uñas, aceptan con la condición de que será temporal y que ante la más mínima replica tendremos que abandonar el lugar. Con la recomendaciones necesarias -la luz que enciende solo con un golpe certero en la pared del lado derecho del marco de la puerta de la habitación, el agua caliente que sale de la ducha con gran presión y sin aviso, los cables pelados, las ratas, el frío nocturno, la desazón de la soledad y el despertador que suena a las seis de la mañana indicando el comienzo del día laboral-,  nos dejan en la habitación asignada sin más que un par de horas de descanso.
El chirrido del amanecer es totalmente espantoso, pareciera que el comienzo será una tortura todos los días. Al levantarnos el desayuno estaba servido y nadie alrededor, una nota de bienvenida y la invitación a degustar hasta llenarnos; nos ofrecen una jornada de arduo trabajo bajo el sol de un Jujuy que azota en esta época del año. Las instrucciones son especificas: Debemos limpiar la maleza del jardín y transformar ese matorral en un hábitat, luego recibiremos el resto. Quise arrancar los yuyos con mis propias manos y fue imposible, estaban filosos y cortantes, tuve que buscar las herramientas necesarias. Vuelvo con una tijera de podar, dos rastrillos y una buena cantidad de instrumentos que podré utilizar para algo, supongo. Tras una mañana ardua, todo está limpio y confortable; yo muy cansado mientras el sol empieza a evaporar el sudor aprisa. Hora del almuerzo.
La hora de la siesta se nos vino encima mientra charlábamos estupideces, nos encontró consumidos en risas y chistes, uno a uno fue a su habitación por el descanso. Noto que solo quedamos nosotros, entonces es el momento de acostarse. Entre sueños veo una mujer venir en mi búsqueda, veo como se aferra a mi brazo, siento su espectro apoderándose de mi momento onírico, susurra unas palabras y desaparece. Despierto congestionado por este sueño y con el mensaje en mi mente "Ella no existe". Estoy muy confuso, este tipo de sueños me dejan sin aire, intento pensar en lo que este mensaje trae y recaigo en una idea absurda: África no existe. Aún no me aseguro de lo que sucedió, estoy muy dormido para formular una teoría verosímil y tampoco quiero sostenerme en ese pensamiento. La ducha está estupenda, el jabón cae enredado en las gotas de agua hasta recorrer por la rejilla que absorbe hasta que se va por la tubería. De repente el recuerdo onírico aparece nadando desde mis pies, surcando mis piernas velludas y mojadas, dibujando sobre mi cintura, alterando mi abdomen hasta meterse en mi cuello y expulsarse desde mi boca: "Ella no existe". Conmovido miro el espejo, me encuentro detrás de mis ojos alterados en celeste y rojo, mi pelo castaño se posa sobre los hombros ajenos y cansados, ya no tengo barba y mi tez empieza a quemarse de a poco.
La despierto tras varios llamados, me mira atónita y sonríe. Ya es hora de volver a trabajar. Se viste rápido -aunque sin apuro- y empieza a caminar torpemente hacia la puerta. Quisiera poder escapar de esta manera de vivir, teniendo que trabajar para mantenerse y vivir. Uno no debe depender del dinero para subsistir, uno debe salir a la calle y encontrar el reparo. Uno tiene que poder subsistir con lo que el mundo le ofrece sin más que esforzarse por conseguirlo, nadie tiene que ser dueño de nadie.
Debemos limpiar los pisos del casco de la estancia, no tardo mucho en terminar de tirar los últimos baldes con agua y pasar el secador con el trapo de piso. Miro a mi alrededor, quedó impecable. Mientras yo baldeaba, ella pulía los muebles con alguna franela. No imagino mi vida sin ella, expectante y compañera, siempre está para ayudarme sin decir más que lo indicado; quizás es el amor que le tengo lo que me hace idealizarla de esta manera, pero no me sentí tan a gusto con otro humano jamás. Un pensamiento horrible recorrió mi ser: quizás sea ella lo que no existe. Me estremezco en tristeza, camino lentamente e intento tocarla. La toco. No puedo entender qué es lo que me sucede, qué es lo que aqueja mi sentir a partir de ese sueño. Debe ser mi inconsciente jugando una mala pasada. Entonces, ella no existe y mi ser la crea real para que pueda sentirla, tocarla, olerla y amarla. No puedo entender cómo llegué a este momento, qué es lo que me pasó para crear otra persona que me acompaña como una sombra. Necesito dejar de sufrir, tengo que dejarla libre, hacerla desaparecer. Le grito eufórico que se vaya, la echo. Llora desconsolada, prometiendo que nunca se va a ir de mi lado, antes muerta. No puedo creer que haya logrado tanto y haya caminado tanto junto a una mentira que me creé desde quién sabe cuándo.
Quiero salir de este laberinto, dejará de existir cuando yo deje de sostenerla en vida, es el momento más abismal de mi vida. Me acerco llorando. Mis manos tiemblan. Ella mira hacia mis ojos. Tomo su cuello y lo aprieto hasta que deja de respirar. Las uñas rasgaron mis mejillas.
El cuerpo reposa sobre el suelo, ella era mi sombra. Ella fue mi compañera. A lo lejos suena la sirena de la policía.

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