Una sirena agonizante
parte la noche repleta de niebla,
fría, obsecuente y atravesada como por una flecha.
Violentamente salta el autobomba,
despedazando partes del asfalto
con su sirena agonizante
intentando llegar al destino a tiempo
llevando consigo las miradas atónitas de los transeúntes.
Esperanzas hidráulicas
se apoderan de nuestras lágrimas
mientras el hedor a humo
se entrelaza con el aceite derramado,
oxigenado,
atascado de sensaciones magras
buscando algo en el cielo que me llene de estrellas.
Llantos se escuchan,
con el latir prolongado del silencio.
Cielo, gris, negro blanco,
negro y blanco,
negro.
Blanco. El aire rojo.
Gritos traspasan la carne,
disecando el sonido
que reside en nuestras caras.
El fuego incendia en totalidades,
calienta los huesos
y quema la sangre.
La respiración se agita.
Imágenes displicentes
haciendo en reencuentro gris
con la emancipada cara del frío que nos invade
dejándonos marcados con el fuego
que recorre con su fulgor por nuestra visión.
Hoy somos caballos,
mirando hacia adelante,
mirando el punto
en el cual vemos sumergiéndose
el humo negro en la densa noche.
Un momento más
tirado de los pelos hasta el cuajo,
los bomberos llegaron a tiempo.
Una familia, a partir de ahora,
dormirá en la calle...
Teodoro Duarte.
2 comentarios:
Los bomberos no pueden apagar el incendio.
buen poema.
la negrita es otro poema
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